Sobre la transitoriedad de la vida

 

por

Llorenç Vidal

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La fugacidad de la vida, de la felicidad, del placer, del amor y de la belleza ha sido, a lo largo de los tiempos, una constante no sólo del pensamiento filosófico, sino también de la creación poética, que en determinados autores y en algunas de sus obras ha tomado una consistencia y una corporeidad mayores. Basta, en una mirada retrospectiva, detenernos en los primeros versos de la conocida composición "A las ruinas de Itálica" de Rodrigo Caro, modelada entre la evocación, el llanto y la leyenda, para encontrar un ejemplo fehaciente:

 

"Estas, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora

campos de soledad, mustio collado,

fueron un tiempo Itálica famosa".

 

Se trata de un sentimiento que nuestro Miquel Costa i Llobera revive y recrea en los tercetos encadenados de su sugestivo poema de "Noves poesies" titulado "Sobre les ruïnes del teatre romà de Pollentia", cuya reflexión final, después de un lamento de índole más bien histórica, nos dice:

 

"Tot vestigi se perd, tot se trasmuda;

imperis per imperis són borrats...

Sols dura una Ombra que, jamai retuda,

passa i diu: Vanitat de Vanitats!".

 

Sin embargo este sentimiento de fugacidad de todo lo existente y la nostalgia, cuando no dolor, que engendra pueden ser contemplados no solamente en el testimonio externo de los vestigios del pasado, sino que se hacen carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre cuando son ecos de nuestra propia existencia. Es el caso de Joan Alcover en "La relíquia" ("Cap al tard"), cuyo profundo sentido elegíaco, con motivo del retorno al "jardí desolat" de su juventud, le lleva a exclamar:

"Somni semblaria

el temps que ha volat

de la vida mia,

sense les ferides que al cor ha deixat;

sense les ferides que es tornen obrir

quan veig que no vessa,

ni canta, ni plora la font del jardí".

 

Otras veces el sentimiento de fugacidad se hace reflexión humana contemplativa, de expresión casi estoica, como ocurre en la concisión de los tres rasgos fenoménicos del haikai "Transitorietat" de mis "Petits poemes".

"Muden els núvols...

Es mustien les roses...

I els anys s'escolen".

 

¿Qué pasa, sin embargo, cuando con el paso irreversible de estos años que transcurren, se deslizan y agotan, llega el olvido de los seres y de las cosas que han formado parte, a veces íntima, de nuestra vida o de la vida de nuestro entorno y de nuestra sociedad? ¿Significa el olvido su desaparición o tienen algún tipo de permanencia más allá de nuestro olvido?

 

Es Ricardo Molina, del grupo poético cordobés de postguerra "Cántico", quien en su poema "Nombre y olvido", integrado en su "Elegía de Medina Azahara", se atreve a plantearse esta doliente pregunta:

 

"Lo que nadie recuerda ¿ha muerto? Acaso vive

recogido en sí mismo la vida más perfecta.

Fuera del tiempo lo llevó el olvido.

Ayer, hoy ni mañana huellan su ser y, eterno,

vive en fiel estación de melancolía".

 

Una pequeña muestra de diversas y variadas formas personales de enfrentarse poéticamente al doloroso problema, nunca agotado, de la fugacidad de la vida, la felicidad, el placer, la belleza y el amor. No para resolverlo, ya que quizás sea irresoluble, sino para hacerlo consciente en el devenir de nuestra subjetiva y efímera existencialidad.

Llorenç Vidal

 

(Última Hora, 13 de junio de 2000)

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