El ascenso -si es que
esto significa ascenso- de Fray Junípero Serra a los altares
¿puede representar una progresiva mitificacíón piadosa de su figura
a expensas de la visión humana de su persona y del papel
culturalizador de su obra en California? Este temor me ha asaltado
con motivo de la 'reactualización' producida por la circunstancia de
su beatificación, y digo 'reactualización' expresamente, ya que
Junípero Serra ha sido y sigue siendo un personaje de continua
actualidad, en una constante vigencia que le viene no precisamente
de ninguna consideración exclusivamente devocional, ni de ninguna
reivindicación más o menos coyuntural de orden autoctonista, sino de
la dimensión universal de su acción, universalismo de su
acción que -aunque él, por su labor misionera en el seno
eclesiástico, la enfocara hacia el proselitismo católico- le
convierte en un puente de vinculación cultural internacional entre
países de distintos continentes, en unos momentos en los que
-frente a los 'revivals' medievalistas- el
cosmopolitismo se convierte en uno de los signos heroicos de la
mentalidad verdaderamente progresista.
Nacido en la villa de Petra (Mallorca) en
1713, fue bautizado con el nombre de Miquel Joseph Serra Ferrer.
Hijo de humildes labradores, estudió sus primeras letras con los
franciscanos del convento de San Bernardino, en su villa natal, y a
los quince años se trasladó a la capital del Reino de Mallorca para
cursar la carrera eclesiástica y fue precisamente en su profesión
religiosa como fraile menor cuando tomó el nombre de Junípero, por
la devoción que sentía hacia el venerable Junípero de Asís, uno de
los primeros y más fieles compañeros del Seráfico Hermano y cuya
encantadora sencillez reluce reiteradamente en las "Florecillas
de San Francisco".
Estudió Filosofía y Teología en el convento de
San Francisco de Palma, donde reposan los restos del bienaventurado
maestro Ramón Llull, y tomó el grado de doctor en la Universidad
Luliana de Mallorca, centros en los que después de su graduación
ejerció su profesorado en ambas materias.
En 1749, junto con su amigo el P. Francisco
Palou, dejó su isla y embarcó para Málaga, desde la que se trasladó
a Cádiz, donde permaneció a la espera de otros tres franciscanos mallorquines
-Juan Crespí, Rafael Verger y Guillermo Vicens-, y de la ocasión
para embarcar hacia Nueva España.
El 7 de diciembre del mismo año -previa
una escala en Puerto Rico- desembarcó en Veracruz y el día de
año nuevo de 1750 llegó a la ciudad de Méjico.
Después de ocho años y cuatro meses de labor
en Sierra Gorda, a sus cincuenta y cuatro años de edad, Junípero se
dirigió a California, donde -en el marco de una actividad
civilizadora mucho más amplia- fundó un magnífico rosario de
misiones, núcleos de grandes villas y ciudades de hoy: San Diego,
San Carlos (Carmel), San Antonio de Padua, San Gabriel, San Luís,
San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís, Nuestra señora de los
Ángeles Reina de la Porciúncula -actualmente la populosa urbe
de Los Ángeles-, San Buenaventura, Santa Bárbara... y -aunque
no la fundara él personalmente- vio cumplidos sus anhelos del
inicio de la fundación de la misión -hoy ciudad- de San
Francisco. Su muerte
acaeció el 28 de agosto de 1784 en la misión de San Carlos (Carmel).
En la Galería de la Fama de
Washington el Estado de California está representado por una esbelta
estatua de este sencillo franciscano, cuya vida estuvo llena de amor
y de humanidad y en cuya obra -como leemos en la "Historia
del pensamiento pacifista y no-violento contemporáneo" de
Eulogio Díaz del Corral, "el factor coercitivo de la conquista
fue parcial y progresivamente desplazado por el factor persuasivo de
una colonización amistosa".
Ya el P. Francisco Palou, su más directo
biógrafo, en la "Relación histórica", publicada en 1787, tres
años después de su muerte, aplica a Junípero el versículo del
"Libro de la Sabiduría" que dice: "No se apagará su memoria y
su nombre será honrado de generación en generación". Y precisa
que "no se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando
vivía han de quedar estampadas entre los habitantes de esta Nueva
California".
En Cádiz -donde, en espera de embarcar
para América, Junípero pasó parte de la primavera y del verano de
1749 y donde escribió la carta de despedida a sus ancianos padres-,
y en reivindicación de su condición humana de aventurero mallorquín
de vocación universal, he escrito este poema, titulado "Juníper"
y que reza así:
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