Albert
Einstein, cuarenta años después
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por |
Llorenç Vidal
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Se
cumplen ahora cuarenta años de la muerte de Albert Einstein, acaecida
el 18 de abril de 1955. Nacido en Ulm en 1879 y Premio Nobel de Física
en 1921, debido a su
ascendencia judía tuvo que abandonar la Alemania nazi
-brotes de cuyo racismo renacen desgraciadamente en la Europa de
nuestros días, sin que el solar hispánico sea una excepción-
y sufrir el exilio. Refugiado en América, se nacionalizó
norteamericano y ejerció su profesorado en la Universidad
estadounidense de Princeton.
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No
voy a referirme ahora, por no ser mi especialidad, a sus investigaciones
físico-matemáticas ni a su teoría de la relatividad, que le llevaron
al descubrimiento de la llamada "ecuación del siglo XX",
que está en la base de la investigación nuclear, cuyos resultados
derivaron en la fabricación de la bomba atómica, artefacto que, junto
a las armas químicas y bacteriológicas, constituye el principal
peligro para la humanidad y que es el símbolo más patente del absurdo
de nuestra civilización materialista, opresora y sin perspectivas de
autorrealización espiritual. La conciencia del horror de este su
descubrimiento y de las consecuencias apocalípticas del mismo le
amargó durante el resto de su vida y le llevó a convertirse en un
paladín del control internacional de la energía atómica, lo que se
patentizó en su ya histórica carta dirigida al presidente Roosevelt y
en sus numerosos escritos sobre la paz.
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Recuerdo
un artículo de Eulogio Díaz del Corral
-autor de la "Historia del pensamiento pacifista y
no-violento contemporáneo" (Edit. Hogar del Libro, Barcelona)
y del famoso decálogo "Por qué soy pacifista"-
publicado en el número 7 de la segunda etapa de los cuadernos
literarios "Ponent" y titulado "De Einstein a
Gandhi". De él entresaco este ponderado juicio:
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"El
desequilibrio entre Sabiduría y ciencia es en gran parte la causa de la
aflicción del género humano. Su confusión es la fuerza motriz que
lleva al precipicio y el poder es el guía ciego o falso profeta que
hace irreversible el camino hacia la destrucción. Olvidarse de la
evolución espiritual desarrollando solamente el conocimiento
científico es una grave falta que lleva a errores como la fabricación
de la bomba atómica".
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Y
a continuación nos ofrece un Einstein que reconoce su error y que
propone la vuelta al camino que para los seres humanos han señalado,
desde siempre, los grandes maestros de la espiritualidad. Si bien, como
apostilla Lanza del Vasto, Einstein tendría que habérselo pensado
antes.
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Tres
beves textos -una
advertencia y dos orientaciones, extraídas de sus "Escritos
sobre la paz" (Edic. Península, Barcelona)-
pueden servirnos para centrar nuestra reflexión, una reflexión
muy necesaria en los difíciles momentos que vive actualmente nuestra
generación:
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11. "Cuando se han alumbrado y convertido en una gran llama, las
pasiones políticas exigen víctimas".
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21. "Toda persona que sea razonable ha de luchar en favor de la
moderación y de un juicio más objetivo". Y
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31. "Las condiciones de la salvación de la humanidad se resumen
en las palabras: responsabilidad personal, en conjunción con la
no-violencia y el servicio a los seres humanos, en el sentido de Gandhi".
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En
esta última década del siglo XX, cuando, bajo la égida del poder
económico y político centroeuropeo, nuestra Europa corre el peligro de
convertirse en un pseudodemocrático bastión autocomplaciente,
encerrado sobre sí mismo, xenófobo y racista, de lo que es un ejemplo
viviente la forma como tratan a los ciudadanos de los países del tercer
mundo las cicateras leyes, reglamentos y normativas de extranjería de
los distintos países de la Unión Europea, incluida España; el
recuerdo de Albert Einstein -una
de las inteligencias más preclaras y, a pesar de sus errores, el
científico más importante de nuestro siglo, exilado y excluido de
Alemania y de Europa por motivos raciales e ideológicos-
es un ejemplo que debería hacernos meditar y ayudarnos a madurar
nuestra conciencia colectiva en pro de un mundo sin discriminaciones
étnicas ni xenofobias teóricas o prácticas de ninguna clase, y, en
consecuencia, nacional e internacionalmente más fraternal, más
acogedor, menos excluyente, abierto a la libre circulación de los
ciudadanos de todos los países, menos excluyente y más solidario.
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Llorenç Vidal
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(Última
Hora, Palma de Mallorca, 1995)
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