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La "Declaración de los Derechos del Niño" 

en su treinta aniversario

 

por

Llorenç Vidal

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El 20 de noviembre, en el treinta aniversario de su proclamación, es una buena ocasión para reflexionar sobre la "Declaración de los Derechos del Niño", aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1959,once años después de la "Declaración Universal de Derechos Humanos".

Partiendo del principio de que "la humanidad debe al niño lo mejor que pueda darle" y considerando que el niño, por su falta de madurez psíquica y mental, necesita en su proceso evolutivo protección y cuidados especiales, tanto "antes como después del nacimiento", el alto organismo internacional procedió a la aprobación de la "Declaración de los Derechos del Niño", para contribuir a que los niños de todo el mundo  -sin distinción de raza, sexo, lengua, nacionalidad, ideología o religión-  puedan tener una infancia lo más plena y feliz que sea posible, e insta a los padres, a los hombres y mujeres individualmente considerados y a las organizaciones particulares y políticas para que reconozcan activamente dichos derechos, es decir, para que los respeten y luchen por su observancia con las medidas legales y de cualquier otra índole que, en cada caso, sea procedente.

 

Esta "Declaración de los Derechos del Niño", que tiene su precedente en la Declaración de Ginebra de 1924 sobre el mismo tema, y que debería ser, junto a la "Declaración Universal de Derechos Humanos", un texto de cabecera de la vida familiar, social, escolar, económica y política, es todavía en la actualidad demasiado poco conocida y demasiado poco respetada. Por esto me cuesta resistirme a la tentación de reproducirla íntegramente, pero voy a limitarme a citar algunos fragmentos pertenecientes a sus diez principios.

 

En el Artículo 4 leemos que el niño "tendrá derecho a crecer y desarrollarse en buena salud; con ese fin deberán proporcionarse, tanto a él como a su madre, cuidados especiales, incluso atención prenatal y postnatal".

 

Después de reconocer  -Art. 6-  que "el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión", en el Art. 8 de afirma que "debe, en todas circunstancias, figurar entre los primeros que reciban protección y socorro" y en el Art. 9 se nos conmina a que "debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación" y que "no será objeto de ningún tipo de trata".

 

En el décimo y último principio  -como en un canto de esperanza-  culmina de Declaración con estas palabras:

"El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole. Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe consagrar sus energías y aptitudes al servicio de sus semejantes".

 

Basta echar una mirada sobre nuestro entorno o abrir el periódico cualquier día del año para ver cuántas violaciones de los derechos del niño se producen a diario y cuán lejos estamos, a nivel mundial, de un respeto aceptable de los principios incluidos por la ONU en esta Declaración.

 

Ante tal desgraciada situación, que refleja el lamentable estado neurótico de nuestra sociedad de egoísmo y de violencia, uno se siente impotente y, desde lo más íntimo de su impotencia, inclinado  -asumiendo toda su ternura-  a repetir con la poetisa y educadora hispanoamericana Gabriela Mistral:

 

"Piececitos de niño,  

azulosos de frío,

¡cómo os ven y no os cubren,  

Dios mío!".

Llorenç Vidal

 

(Diario de Cádiz, Cádiz, 19 de noviembre de 1989

y Última Hora, Palma de Mallorca, 25 de noviembre de 1989)

 

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