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Reflexión poética en el

Año Internacional de los Bosques

 

por

Llorenç / Lorenzo Vidal

 

Partiendo de la evidencia de que "los bosques y una administración sostenida del arbolado pueden contribuir significativamente al desarrollo sostenido, a la erradicación la pobreza y a la consecución de objetivos de desarrollo aprobados internacionalmente, incluyendo los Objetivos de Desarrollo del Milenio", la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 61/193 proclamó 2011 como el Año Internacional de los Bosques. Y entorno a esta celebración y desde los distintos ángulos de la ciencia y de la cultura caben numerosos comentarios y reflexiones, ya que el árbol tiene un simbolismo universal y pluriforme que se diversifica según las distintas tradiciones culturales y religiosas. Y uno de estos ángulos es, en su multimensionalidad, el ángulo literario. De ahí esta reflexión poética, que, por su brevedad, no podrá ser exhaustiva y que se limitará a unas sugerencias limitadas y siempre ampliables.

 

Numerosos han sido los poetas que en su creación han encontrado fecunda inspiración en algún árbol real o simbólico, considerado individualmente o como parte integrante de una arboleda, pero siembre significativo en el transcurrir de su vida o en el devenir sociológico de su comunidad.

 

Sea, como primer ejemplo, "A un olmo seco" de Antonio Machado, en cuya evocación hay una proyección personal del momento sicológico, al decirnos:

 

"Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido".

 

"Hojas verdes" o "rama verdecida", como dirá después, que son una chispa de esperanza y de virtual renacimiento con el que el poeta, desde su nostálgica soledad, identifica su esperanza al desear para sí mismo un renacer similar y concluir que

 

"Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera".

 

Un caso distinto es el de "El Pi de Formentor"("El Pino de Formentor") de Miquel Costa i Llobera, en cuyas estrofas no hay nostálgica proyección, sino exultante aspiración hacia un ideal de vida repleto de clásica estética greco-latina.

 
Considerado, en su versión vernácula, por Gaspar Sabater, en "El renacimiento literario en Mallorca", como "la más perfecta obra de la poesía mallorquina" y revestido de una gran potencia ejemplar, ascética y educativa, es una llamada a esforzarnos para vencer las dificultades de la vida y a lanzarnos con valentía hacia la superación individual en el marco social. Así concluye:

 

"Amunt, ànima forta! Traspassa la boirada

i arrela dins l'altura com l'arbre els penyals.

Veuràs caure a tes plantes la mar del món irada,

i tes cançons tranquiles 'niran per la ventada

com l'au dels temporals".

En traducción castellana del mismo autor:

 

"¡Arriba, oh alma fuerte! Desdeña el lodo inmundo,

y en las austeras cumbres arraiga con afán.

Verás al pie estrellarse las olas de este mundo,

y libres como alciones sobre ese mar profundo

tus cantos volarán".

 

 

Si unos poetas han cantado árboles patrios, como es el caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda en "Al árbol de Guernica", de Jacint Verdaguer en "Lo pi de les tres branques" ("El pino de las tres ramas") o de Josep Mª Pons i Gallarza en "L’olivera mallorquina" ("El olivo mallorquín"); los hay que cantan el árbol silencioso y meditativo, como en "El ciprés de Silos" de Gerardo Diego, "flecha de fe, saeta de esperanza" o en "El ciprés del claustro" de Fray Justo Pérez de Urbel, en ambos casos árboles solitarios y reflexivos en el fervor de la clausura, y otros cantan el conjunto del bosque, del que el árbol es un elemento de una colectividad transformada en "l’aura divina de la llibertat" ("el aura divina de la libertad"), como ocurre en "La cançó dels pins" ("La canción de los pinos") de Joan Alcover, donde en su solidaridad terral

 

"si un pi destralegen, la pineda plora;

si la pineda cau, l’illa se’n dol".

 

("si hachean un pino, la pineda llora;

si cae la pineda, la isla se lamenta").

 

El árbol, símbolo pacífico de la vida, y el bosque, símbolo pacífico de la sociedad, además de ser preservados y defendidos en su existencia física deben ser preservados y defendidos en su existencia simbólica, ya que son presencias arquetípicas de nuestra mente que nos pueden ayudar en el arduo camino de nuestra supervivencia y de nuestra liberación en este mundo lleno de dificultades, de problemas, de congojas, de inquietudes y de violencias, porque, condensándolo en la brevedad sintética en un haikai, árboles y bosques son

 

"signes pacífics

de força que s’eleva

cap a l’altura".

 

("signos pacíficos

de fuerza que se eleva

hacia la altura").

 

Llorenç / Lorenzo Vidal

 

(La Voz de Cádiz, 26 de abril de 2011)

(Última Hora, Palma de Mallorca, 6 de julio de 2011)

 

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