Antoine de Saint-Exupéry
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sesenta años
después
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por
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Llorenç Vidal
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En este año se han cumplido sesenta años de la
desaparición del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, al haber
despegado en Borgo, en la hermana isla mediterránea de Córcega, en un
vuelo del que nunca regresó.
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Contrastando con el auge de que gozó su obra entre
los cenáculos literarios de Mallorca allá por los mediados del siglo
pasado, este aniversario ha pasado -han cambiado mucho las
perspectivas, las ocupaciones y las preocupaciones de los literatos
insulares- prácticamente desapercibido.
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Nacido en Lyon el 29 de junio de 1900 -su centenario
también pasó casi oculto entre nosotros-, una serie de azares
-fracaso en su intento de ingresar en la Escuela Naval, entre otros-
le llevaron al mundo de la aviación, en el que fue piloto civil,
promotor de la aviación comercial y jefe de escala de la desaparecida
compañía gala Latécoère (que aseguraba el transporte de correo
entre Tolosa y Dakar) en el aeropuerto de Port Juby, en Río de Oro,
puesto de trabajo que me es especialmente próximo ya que mi añorado
hermano Mateu fue durante muchos años jefe de escala de Iberia en el
aeropuerto de Son Sant Joan... Y este mundo de la aviación, que él
conocía perfectamente, fue el motivo, en unos casos, y el trasfondo,
en otros, de la reducida obra literaria de Sant-Exupéry: "Corrier
Sud", "Vol de nuit", "Terre des
hommes", "Pilot de guerre", "Letre
à un otage" y "Le Petit Prince", publicada
ésta en 1943, un año antes de su muerte, ocurrida el 31 de julio de
1944.
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Y es precisamente en "Le
Petit Prince" -"El Petit Príncep" o "El
Principito", según las traducciones- donde su
concepción humanista -el humanismo es la esencia de Europa y de
la cultura occidental-, concepción humanista que ya había apuntado
en "Terre des hommes", se transforma en un seductor
humanismo poético, lo que lo hace, como en el caso de Albert Camus,
un filósofo malgré lui.
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En su viaje a la Tierra desde el asteroide B
612 -su despedida es especialmente emocionante- el
Pequeño Príncipe visita otros seis minúsculos planetas, en los que
se encuentra con prototipos del absurdo humano: un rey absolutista, un
vanidoso, un borracho, un hombre de negocios, un encendedor de faroles
y un geógrafo teórico desvinculado de la realidad circundante. Se
detiene para instruirse y las reflexiones situacionales, puestas en
boca de distintas criaturas, que se producen son una muestra de una
selecta sabiduría de la vida. Anotemos algunas de ellas:
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En relación con la tan necesaria paciencia y
capacidad de sufrimiento, en este mundo de urgencias innecesarias y de
remedios rápidos: "Es necesario que soporte
dos o tres orugas si quiero conocer
las mariposas".
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Sobre las estructuras de poder y a los políticos
que las sustentan: "Para los reyes el
mundo es muy sencillo. Todos los
hombres son súbditos". Y
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"Hay que exigir a cada
uno lo que cada uno puede dar...
La autoridad descansa en principio sobre
la razón".
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Relativo la condición humana y sus internas
perspectivas desconocidas: "Es mucho más difícil
juzgarse a uno mismo que juzgar a los
demás. Si tú aciertas a juzgarte bien
es que eres un verdadero sabio".
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"Yo me pregunto si las
estrellas están iluminadas a fin de
que cada uno pueda un día encontrar
la suya". Y
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"Se está un poco solo
en el desierto... Se está solo
también entre los hombres".
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Un rasgo más de profundidad filosófica, que, sin
negarlos, trasciende el mundo sensible y la simple razón, al conceder
un sitio privilegiado a la intuición interna: "No se
ve bien si no es con el
corazón. Lo esencial es invisible a
los ojos... Es necesario buscar con
el corazón".
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Y en especial un pensamiento, que sorprenderá y
parecerá surrealista a quienes no hayan leído la obra, pero que
resume la esencia y el sentido de la poética narración:
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"Si tú amas una flor
que se encuentra en una estrella,
es dulce, de noche, mirar al
cielo. Todas las estrellas están florecidas".
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Antoine de Saint-Exupéry… El Pequeño Príncipe…
sesenta años ya que su espíritu tintinea como un armonioso cascabel
en la morada interior de quienes, a través del tiempo y de la
lectura, les hemos conocido y amado.
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Llorenç Vidal
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(Última Hora, Palma de
Mallorca, 16 de noviembre de 2004)
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