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Conocía a Hallaj o Al Hallaj,
al que tanto debe nuestro Ramón Llull en su vertiente mística, a
través de distintos tratados sobre sufismo, así como por medio de
distintas antologías de la filosofía y de la poesía sufí. Me
adentré, hace tiempo, en su vida y en su obra gracias a "La Passion de Hallaj, martyr mystique
de l’Islam" de Louis Massignon (Gallimard,
París), que antaño pude encontrar en alguna biblioteca, creo que en
Ginebra, pero me faltaba conectar mejor con la vibración mística de
este buscador de lo infinito.
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Y ha sido ahora, merced a la
reciente "Évocation de Hallaj, Martir
mystique de l’Islam" de Kebir M. Ammi (Presses
de la Renaissance, Paris), que he conseguido escuchar el latido vivo y
profundo de ese ser privilegiado que fue condenado, encarcelado,
azotado, mutilado de manos y pies, crucificado, degollado e incinerado
en Bagdad en el año 922 de nuestra era, por su autonomía de
pensamiento y de espíritu, al defender una vía personal en la
búsqueda y realización de Dios, así como por haber dicho, en una
alocución teopática y mística "Ana-al-haqq"
(Yo soy la verdad), manifestación
de su descubrimiento e identificación con el yo interior profundo,
depositario de la chispa divina que hay en nosotros, y núcleo de su
pensamiento, lo que no fue comprendido por las autoridades religiosas
y políticas de su país y de su época.
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Su mente clarividente se
adelantó a su tiempo y su concepción interconfesional de la
espiritualidad se hizo patente en numerosas ocasiones. Un día, por
ejemplo, en un zoco de Bagdad , dirigiéndose a un oyente, afirmó:
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"Debes saber que
judaísmo, cristianismo e islam, como las otras religiones, no son
más que denominaciones. El objetivo buscado a través de ellas no
varía ni cambia jamás".
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El mensaje espiritual de Al
Hallaj -articulado en torno a tres ejes fundamentales: dónde buscar
el Bienamado (Dios), cómo conocerle y cómo unirse a Él- nos
redescubre, en una actitud de búsqueda interreligiosa, la vía
individual y ecuménica del sentimiento y del corazón. Escuchémosle
en uno de sus poemas:
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"Yo he visto a
mi Señor por el ojo del Corazón. |
Yo dije: ¿Quién
eres Tú? |
Él me respondió:
Tú".
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Por ello, más allá de los
marcos confesionales estrictos, enseñó el camino de la vida
espiritual interior sin tener demasiado en cuenta, por antiguas y
respetables que sean, las normas establecidas, lo que le convierte en
un punto de encuentro y de reflexión para personas liberales de las
distintas creencias.
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Por su universalidad mística,
yo siempre creí vislumbrar la presencia de Hallaj encarnada en los
pobres y lisiados de los países islámicos y, así, en un haikai
titulado "Al Hallaj en el Nord d’Àfrica" (Al Hallaj en
el Norte de África), incluido
en mi entrega "Petits poemes" (Pequeños
poemas), publicación
anexa a los antiguos cuadernos literarios Ponent, Mallorca – Cádiz,
1999, escribí:
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"Vares sortir-me, |
baldat de
mil maneres, |
capta qui
capta".
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(Y me saliste, |
tullido de mil
formas, |
como un mendigo).
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Todas las religiones y todas
las ideologías (hemos de reconocerlo humildemente), en su dimensión
humana, tienen sus mártires y sus verdugos, sus perseguidos y sus
perseguidores, sus explotados y sus explotadores, sus tolerantes y sus
fanáticos represores, sus devotos sinceros y sus hipócritas
epifánicos ansiosos de prestigio y de poder, y la verdad está
siempre -y de ello estoy convencido- del lado de los mártires, de los
perseguidos, de los explotados, de los tolerantes y de los devotos
sinceros, nunca de la parte de los fanáticos,
ni de los hipócritas epifánicos, ni de los explotadores, ni de los
perseguidores, ni de los verdugos.
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Pero a parte de su pretendida
ortodoxia, para unos, o supuesta heterodoxia, para otros, (en lo que
respetuosamente no entro por no ser el objeto de este artículo, por
no tener atribuciones para ello y porque la mística siempre está en
el filo que separa ambas actitudes) y más allá de su contenido
religioso, filosófico y teológico, está su actitud vital de haber
sido un buscador individual independiente, un caminante solitario y un
navegante por estelas no surcadas del desconocido mar de la
existencia.
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En una entrevista concedida a
Loubna Bernichi y publicada en el semanario "Maroc Hebdo
International" (Casablanca), a la pregunta sobre cuál es el
mensaje que con su obra ha querido transmitir a nuestra época y a
nuestro mundo, Kebir M. Ammi responde:
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"La humildad. Negarse
a creer que el hombre, sea quien sea, detenta la verdad. Los seres
humanos son semejantes en los cuatro extremos del mundo y bajo el
inmenso cielo. Ninguno vale más que otro… El respeto a los demás
es igualmente una noción que me interesa. El otro, comenzando por mi
vecino, por ejemplo, no está obligado a parecérseme en absoluto…
Él tiene el derecho y la libertad de ser, creer y vivir a su manera.
Yo no tengo ninguna base para dictarle su modo de vida. El otro está
dotado para gozar de la misma libertad que yo. En otros términos, yo
debo, en principio, garantizar la libertad del otro a ser diferente de
mí. ¿Por qué tendría yo más derechos que él? ¿Quién me da este
derecho? Dios ama a todos los seres humanos de igual manera. No hace
diferencias… Todos le son queridos. Ninguno a sus ojos vale más que
otro. La exclusión debe ser combatida, ya que no es un elemento
básico del Islam. Quienes la predican no han comprendido nada".
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En resumen, basándose en el
testimonio trágico de Al Hallaj, en su búsqueda personal y heroica
de la Verdad hasta sufrir tortura y muerte, así como en el derecho
que tiene todo ser humano a esta búsqueda autónoma y pacífica, sin
imposiciones más o menos violentas de quienes se creen en posesión
de una u otra verdad que ellos consideran absoluta; Kebir M.Ammi,
escritor argelino-marroquí francófono, desde el seno mismo de la
tradición islámica, pero válidas para todos los contextos
socio-culturales-religiosos, realiza una reivindicación del místico
iraquí e inicia una revisión crítica muy positiva de los
planteamientos heterónomos estrictos, que, implícita o
explícitamente, reprimen el libre desarrollo autónomo individual en
el seno de las sociedades constituidas, puesto que Hallaj, el mártir
musulmán del siglo décimo, se yergue como un símbolo significativo
y un reclamo viviente en pro de la tolerancia y de la libertad de
pensamiento. He aquí el por qué de su vigencia en nuestro siglo XXI,
ya que la libertad de espíritu fue, en realidad, una de las
dimensiones básicas de Hussein Ben Mansour, conocido como Al Hallaj,
el cardador de conciencias, el santo inmolado en el convulso Bagdad en
el año 922. De él son, en vísperas des su martirio y en su íntima
subjetividad mística, estas poéticas palabras, plasmadas en el
horizonte de su visionaria esperanza interior:
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"La aurora del
Bienamado se ha levantado de noche. |
Ella resplandece y
no tendrá ocaso".
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Sobrepasando nuestras
contradicciones, intolerancias, rebeldías, violencias y errores
humanos, e incorporado ya a la aurora del Bienamado, estoy
seguro que Al Hallaj nos mira a todos -sin diferencias de raza, de
lengua ni de religión- con una fraternal, benévola y compasiva
condescendencia.
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Llorenç Vidal
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Tántalo, revista
cultural, núm. 36, Cádiz, 2005 |
Última Hora, Palma de
Mallorca, 19 de agosto de 2005
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Reproducido en la sección de
Espiritualidad de los foros de WebIslam (España), 28 de mayo de
2006,
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y en el blog Irfan, un
viaje espiritual (Chile), 14 de abril de 2008
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